Historia de fotógrafo de Diriamba (Muy Breve)
Transcurrían los días de 1944 y don
Adolfo González a sus 18 años recorría las calles de Diriamba cargando su
cámara fotográfica.
Es más, hoy en día, a aquellos
originarios de Diriamba que ya rondan las tres décadas no les falta en su álbum
de fotografías, las tomadas por don Adolfo. Es la última generación que logró
ser fotografiada por él.
Aprendió del único fotógrafo de la época
en Diriamba, don Juan Mendieta, “era un chele de buen alto y sobre todo de buen
genio”, lo recuerda don Adolfo, que hoy a sus 85 años, añora la época dorada de
la fotografía de rollo.
“Era mágico más que emocionante. Tomabas
la foto y no sabías cómo había quedado hasta que la revelabas. Los clientes
esperaban el tiempo necesario y uno se ponía ansioso por ver cómo salían las
fotos”, comenta don Adolfo.
Era herrero de profesión, hasta que un
día don Arsenio Téllez, el pastor evangélico del pueblo, le ofreció una cámara
fotográfica. El modelo no lo recuerda. pero sí que el rollo que usaba era solo
para ocho fotos.
“Me explicó como usarla y no le importó
si tenía dinero para pagarla. Al final se la terminé pagando con fotos”,
recuerda don Adolfo.
El herrero del pueblo andaba fachento en
el parque de Diriamba con la cámara colgada en su cuello. Aparecieron sus primeros
clientes y llenó el rollo.
Fue entonces, cuando necesitó revelar
las fotos, que conoció a Juan Mendieta, en ese entonces el único fotógrafo del
pueblo que contaba con un estudio donde él mismo revelaba cada rollo como por
arte de magia, ayudado con químicos especiales, dentro de un oscuro y pequeño
cuarto de tablas.
“Se quedó sorprendido cuando vio mis
fotos. Me preguntó si yo las había tomado y cuando le dije que sí, me dijo que
yo era bueno y me propuso trabajar con él... Por supuesto que acepté”, recuerda
don Adolfo.
En los días siguientes el maestro le
enseño algunas técnicas para conocer mejor la luz natural y que la foto saliera
mejor y hasta aprendió a revelar. Ya listo, don Adolfo solo necesitaba
renunciar a su trabajo de herrero. Se ausentó por dos semanas y a su regreso
estaba la noticia que su maestro había muerto.
“Lo lloré como a un padre... Él me
enseñó esta profesión y le estoy tan agradecido”, cuenta don Adolfo, que hoy
pasa buena parte del día sentado en una silla de ruedas con sus pies en una
butaca para contrarrestar el malestar que le causa la diabetes.
Tomado de Róger
Almanza G.
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